Para continuar con el periplo holandés, otro parque de Enschede. Un parque joven, inaugurado en 1929. La sensación de entrar en el Van Heekpark es curiosa. Desde afuera no es un parque muy llamativo, pero una vez entras te cautiva.
La parte cautivadora es difícil de encontrar en ciertas situaciones, pues es algo que surge por múltiples razones, entre ellas la percepción de cada persona, su estado de animo, gustos, etc...
Ya que en si, el Van Heekpark no es un parque muy desarrollado, tiene los típicos elementos que caben de esperar de cualquier parque en Holanda: su zona de césped, un obelisco, su riachuelo y arboles por doquier; todo muy verde.
Lo que a mi percepción le resultó llamativo, esque ese poco de todo que cabe de esperar de cualquier parque común de una ciudad, este parque lo tiene como en su justa medida.
Todo está colocado armoniosamente, no hay monotonía al pasear por los caminos que van de un lado para otro entrecruzándose. Y de repente se puede cruzar un pequeño puente como pasar por un túnel de arboles entremezclados con plantas trepadoras.
Entre ese poco de todo tiene hasta unas pocas ovejas, que aparte de ser un aliciente para las visitas escolares, también sirven como elementos perfectos de limpieza del parque, pues podan el césped mejor que cualquier maquina del mercado. Ya que no solo lo podan, además la poda es el combustible y los desechos el abono del suelo. Vamos, un 3 en 1.
Entre las estatuas, por su cercanía con Alemania, el parque y Enschede en general está lleno de figuras en homenaje a toda esa gente que sufrió de primera mano los estragos de la destrucción. En este caso, es en memoria de los 600 refugiados belgas en Enschede tras la caída de Amberes.
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